Gao Xingjian
La época de la literatura tempestuosa y grandilocuente propia de la revolución concluyó, a mi entender, en el momento en que la revolución puso fin a sus propias ansias transformadoras dejando tras de sí una estela de amargura y sinsabor, una sensación de tedio lindante con la náusea.
La literatura, por naturaleza, no tiene nada que ver con la política, pues es una actividad puramente individual: es un observar, una mirada retrospectiva sobre la experiencia, una serie de conjeturas y sensaciones, la expresión de cierto estado de ánimo, conjugado, todo ello, en la satisfacción de la necesidad de reflexionar.
Las grandes convulsiones que ha sufrido son, por desgracia, producto de las exigencias políticas; atacada o ensalzada por momentos, ha sido irremediablemente convertida en instrumento, arma o diana hasta llegar a perder su propia naturaleza.
El que llaman escritor no es más que un individuo que habla o escribe: son los demás los que deciden si lo escuchan o leen. El escritor no es un héroe que intercede por la salvación del pueblo o alguien que merezca ser idolatrado, y menos aún un criminal o un enemigo del pueblo o del poder político, y si a veces cae en desgracia en unión de sus escritos, es por colmar las exigencias de otros. Cuando el poderoso necesita fabricar unos cuantos enemigos para desviar la atención del pueblo, el escritor se convierte en víctima propiciatoria y, peor aún, cree gran honor su sacrificio si antes ha sucumbido al enajenamiento.
La única relación que en realidad existe entre el escritor y el lector es una relación de índole espiritual en la que uno no necesita conocer al otro o a los otros ni permanecer en contacto con ellos, pues sólo se comunican a través de lo escrito. Ni el escritor tiene obligación alguna con el lector ni el lector exigencia alguna que plantearle al escritor, pues es libre de leer o no su obra.
La literatura es una actividad humana irreprimible en la que participan de manera voluntaria el lector y el escritor: por ello no tiene obligación alguna con las masas o la sociedad, y cualquier veredicto en torno a su mayor o menor corrección ética o moral no es más que hojarasca propia de críticos entrometidos, un aditamento ajeno al propio escritor.
A esta literatura, empeñada en recuperar su naturaleza intrínseca, podríamos denominarla literatura «fría» para diferenciarla de esa otra literatura que persigue el adoctrinamiento, la censura política, el compromiso social o incluso la expresión de los sentimientos. Es una literatura carente de valor periodístico, pues no sirve para atraer la atención del público. Si existe, es sólo porque el género humano necesita buscar una actividad puramente espiritual que trascienda la simple satisfacción de los deseos materiales.
Es una literatura que no data de hoy día, como es obvio. Pero si en el pasado tenía que rechazar ante todo el poder político y la opresión de los usos sociales, hoy ha de oponerse al mercantilismo que impregna esta sociedad de consumo, y para poder sobrevivir se ve abocada a la soledad.
El escritor consagrado a esta literatura afronta, en unión de sus obras, una dificultad añadida, ya que no puede vivir de ella y no tiene más remedio que buscar su subsistencia con otra actividad; por eso no puede ser considerada sino un lujo, una pura gratificación espiritual del propio yo. Aun así, la sociedad que no acepte esta clase de actividad espiritual sólo puede producir tristeza, por próspera o vitalista que parezca.
A la historia poco le importa esta tristeza, pues la historia sólo se ocupa de registrar los hechos humanos, y a veces ni siquiera eso. Si esta literatura «fría» tiene la suerte de ser publicada y difundida, es gracias al esfuerzo del escritor y sus escasos amigos. Ejemplos de ella son Cao Xueqin y Kafka, autores que no pudieron publicar en vida y menos aún crear algún movimiento literario o ser grandes celebridades; autores que en su mayoría vivieron en los márgenes e intersticios de la sociedad entregados de lleno a una actividad espiritual por la que no esperaban recompensa ni reconocimiento social alguno, autores que escribían por el propio placer de escribir.
La corrección política y ética ha agotado a la literatura china de este siglo y la ha sumido en toda clase de «ismos», en el cenagal sin salida del llamado debate entre la ideología y el modo creativo, en cuestiones que poco tienen que ver con la literatura misma, y los escritores sólo han podido sobrevivir alejándose de estas polémicas interminables y frívolas. La creación literaria es por naturaleza una actividad solitaria, y los movimientos o grupos, lejos de servir de ayuda, no pueden sino asfixiarla. El escritor sólo puede conquistar su libertad completa cuando actúa como individuo independiente y no está supeditado a los postulados de ningún grupo o movimiento político.
Más ello no significa que el escritor carezca de actitud política o ética. Sujeto siempre a la presión y al agobio de la política y la sociedad, tiene, como es natural, cosas que decir, y bien puede pronunciar discursos o hacer declaraciones; pero no tiene necesidad de incorporar todos estos elementos a su propia creación literaria. La inclusión de elementos políticos o sociales en la creación literaria es, creo yo, no tanto un «compromiso» como una «evasión», pues si el autor recurre a ella, es para contrarrestar la presión que la sociedad ejerce sobre él, para buscar cierta distracción espiritual.
El problema es que las continuas guerras, revoluciones, movimientos políticos y luchas políticas que han conmocionado la sociedad china en los últimos cien años arrastraron consigo incontestablemente a la totalidad de los círculos intelectuales de la nación y obligaron a sus miembros, amenazados con perder toda posibilidad de subsistencia, a convertirse en combatientes natos, unos combatientes que a la postre, lejos de salvar al pueblo o a la nación, sólo lograron arruinar su propia vida. Y la literatura «fría» sólo puede existir cuando el autor se halla libre de la presión política y social y tiene los medios de subsistencia asegurados.
Por eso la literatura «fría» es una literatura que se evade para sobrevivir, una literatura que no se deja asfixiar por la sociedad porque busca la propia salvación espiritual. La nación que no pueda dar cabida a esta literatura no utilitarista sumirá en el infortunio al escritor y demostrará ser una nación pobre de espíritu.
Al menos así lo creo.
Abogo, por ello, por una literatura «fría».
París, 30 de julio de 1990
La literatura, por naturaleza, no tiene nada que ver con la política, pues es una actividad puramente individual: es un observar, una mirada retrospectiva sobre la experiencia, una serie de conjeturas y sensaciones, la expresión de cierto estado de ánimo, conjugado, todo ello, en la satisfacción de la necesidad de reflexionar.
Las grandes convulsiones que ha sufrido son, por desgracia, producto de las exigencias políticas; atacada o ensalzada por momentos, ha sido irremediablemente convertida en instrumento, arma o diana hasta llegar a perder su propia naturaleza.
El que llaman escritor no es más que un individuo que habla o escribe: son los demás los que deciden si lo escuchan o leen. El escritor no es un héroe que intercede por la salvación del pueblo o alguien que merezca ser idolatrado, y menos aún un criminal o un enemigo del pueblo o del poder político, y si a veces cae en desgracia en unión de sus escritos, es por colmar las exigencias de otros. Cuando el poderoso necesita fabricar unos cuantos enemigos para desviar la atención del pueblo, el escritor se convierte en víctima propiciatoria y, peor aún, cree gran honor su sacrificio si antes ha sucumbido al enajenamiento.
La única relación que en realidad existe entre el escritor y el lector es una relación de índole espiritual en la que uno no necesita conocer al otro o a los otros ni permanecer en contacto con ellos, pues sólo se comunican a través de lo escrito. Ni el escritor tiene obligación alguna con el lector ni el lector exigencia alguna que plantearle al escritor, pues es libre de leer o no su obra.
La literatura es una actividad humana irreprimible en la que participan de manera voluntaria el lector y el escritor: por ello no tiene obligación alguna con las masas o la sociedad, y cualquier veredicto en torno a su mayor o menor corrección ética o moral no es más que hojarasca propia de críticos entrometidos, un aditamento ajeno al propio escritor.
A esta literatura, empeñada en recuperar su naturaleza intrínseca, podríamos denominarla literatura «fría» para diferenciarla de esa otra literatura que persigue el adoctrinamiento, la censura política, el compromiso social o incluso la expresión de los sentimientos. Es una literatura carente de valor periodístico, pues no sirve para atraer la atención del público. Si existe, es sólo porque el género humano necesita buscar una actividad puramente espiritual que trascienda la simple satisfacción de los deseos materiales.
Es una literatura que no data de hoy día, como es obvio. Pero si en el pasado tenía que rechazar ante todo el poder político y la opresión de los usos sociales, hoy ha de oponerse al mercantilismo que impregna esta sociedad de consumo, y para poder sobrevivir se ve abocada a la soledad.
El escritor consagrado a esta literatura afronta, en unión de sus obras, una dificultad añadida, ya que no puede vivir de ella y no tiene más remedio que buscar su subsistencia con otra actividad; por eso no puede ser considerada sino un lujo, una pura gratificación espiritual del propio yo. Aun así, la sociedad que no acepte esta clase de actividad espiritual sólo puede producir tristeza, por próspera o vitalista que parezca.
A la historia poco le importa esta tristeza, pues la historia sólo se ocupa de registrar los hechos humanos, y a veces ni siquiera eso. Si esta literatura «fría» tiene la suerte de ser publicada y difundida, es gracias al esfuerzo del escritor y sus escasos amigos. Ejemplos de ella son Cao Xueqin y Kafka, autores que no pudieron publicar en vida y menos aún crear algún movimiento literario o ser grandes celebridades; autores que en su mayoría vivieron en los márgenes e intersticios de la sociedad entregados de lleno a una actividad espiritual por la que no esperaban recompensa ni reconocimiento social alguno, autores que escribían por el propio placer de escribir.
La corrección política y ética ha agotado a la literatura china de este siglo y la ha sumido en toda clase de «ismos», en el cenagal sin salida del llamado debate entre la ideología y el modo creativo, en cuestiones que poco tienen que ver con la literatura misma, y los escritores sólo han podido sobrevivir alejándose de estas polémicas interminables y frívolas. La creación literaria es por naturaleza una actividad solitaria, y los movimientos o grupos, lejos de servir de ayuda, no pueden sino asfixiarla. El escritor sólo puede conquistar su libertad completa cuando actúa como individuo independiente y no está supeditado a los postulados de ningún grupo o movimiento político.
Más ello no significa que el escritor carezca de actitud política o ética. Sujeto siempre a la presión y al agobio de la política y la sociedad, tiene, como es natural, cosas que decir, y bien puede pronunciar discursos o hacer declaraciones; pero no tiene necesidad de incorporar todos estos elementos a su propia creación literaria. La inclusión de elementos políticos o sociales en la creación literaria es, creo yo, no tanto un «compromiso» como una «evasión», pues si el autor recurre a ella, es para contrarrestar la presión que la sociedad ejerce sobre él, para buscar cierta distracción espiritual.
El problema es que las continuas guerras, revoluciones, movimientos políticos y luchas políticas que han conmocionado la sociedad china en los últimos cien años arrastraron consigo incontestablemente a la totalidad de los círculos intelectuales de la nación y obligaron a sus miembros, amenazados con perder toda posibilidad de subsistencia, a convertirse en combatientes natos, unos combatientes que a la postre, lejos de salvar al pueblo o a la nación, sólo lograron arruinar su propia vida. Y la literatura «fría» sólo puede existir cuando el autor se halla libre de la presión política y social y tiene los medios de subsistencia asegurados.
Por eso la literatura «fría» es una literatura que se evade para sobrevivir, una literatura que no se deja asfixiar por la sociedad porque busca la propia salvación espiritual. La nación que no pueda dar cabida a esta literatura no utilitarista sumirá en el infortunio al escritor y demostrará ser una nación pobre de espíritu.
Al menos así lo creo.
Abogo, por ello, por una literatura «fría».
París, 30 de julio de 1990
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