Federico Chilián Orduña
Así como José Saramago, Eduardo Galeano y Fernando Savater han contribuido de manera excelsa tanto a la recreación del lenguaje como a la formación de una conciencia social en Iberoamérica, el escritor chino Gao Xingjian, Premio Nobel de Literatura 2000, sin proponérselo, con la novela La Montaña del Alma y sus reflexiones sobre literatura, es clave en la revolución de conciencias que se genera en China, la cual está obligando a que el gobierno comunista reconsidere su política en materia de derechos humanos, especialmente en lo relativo a la libertad de expresión.
El encuentro entre Saramago, Savater, Galeano y Xingjian tiene un común denominador: su condena al autoritarismo, al absolutismo despótico, al fanatismo, a la historia oficialista que todo lo deforma y lo pervierte. Ellos son algunos de los autores vivos con los que uno puede identificarse y aún comprometerse al abrazar la razón y la belleza contenida en sus relatos.
Hacer coincidir la velocidad de mi pensamiento con la del lenguaje escrito, ése es el reto que tengo que superar, porque mientras por mi cabeza pasan toda clase de imágenes, ideas, inquietudes, infinidad de colores, palabras, temores, ansiedades y deseos, por mi boca y mis manos sólo van saltando a duras penas unos cuantos balbuceos y nada concreto más allá de lo que ocurre en mi testa loca. Hacer esto sin más compromiso que hacerlo por la imperiosa necesidad que nos empuja a teclear, es el fin de la literatura según entiendo, piensa Gao Xinjiang, y en alguna forma y medida creo que tiene razón.
Hacer coincidir la velocidad de mi pensamiento con la del lenguaje escrito, ése es el reto que tengo que superar, porque mientras por mi cabeza pasan toda clase de imágenes, ideas, inquietudes, infinidad de colores, palabras, temores, ansiedades y deseos, por mi boca y mis manos sólo van saltando a duras penas unos cuantos balbuceos y nada concreto más allá de lo que ocurre en mi testa loca. Hacer esto sin más compromiso que hacerlo por la imperiosa necesidad que nos empuja a teclear, es el fin de la literatura según entiendo, piensa Gao Xinjiang, y en alguna forma y medida creo que tiene razón.
La literatura no se puede subordinar a compromisos ajenos a su propia naturaleza. Su misión no es la de que triunfe tal o cual facción para alcanzar determinados fines políticos o económicos; esa es tarea de la ideología y la mercadotecnia, que si bien pueden constituir un apartado dentro de cierta literatura, no son la Literatura, con mayúscula, en la que se ubica la creación artística, la recreación de la existencia, el testimonio de libertad y dignidad que distingue al hombre.
Al escritor, a diferencia del periodista, no se le pueden imponer fuentes, a lo sumo temas si escribe por encargo, dentro de su respectivo campo en el que él de alguna manera se ha formado por elección propia; aún escribiendo por encomienda su libertad permanece intacta, y puede ser tan amplia como su talento y esfuerzo lo permitan, en ello estriba la dimensión de su dignidad que puede ser inmortal; y en este sentido caben, desde las exposiciones científicas de Carl Sagan, hasta las novelas históricas de Francisco Martín Moreno, las disertaciones filosóficas de Fernando Savater, la inacabable biblioteca de Babel de Jorge Luis Borges, y todo lo que alcance el status de obra de arte, no cualquier texto ingresa en esta categoría.
Cuando Mao Tse Tung se ocupó del Arte y la Literatura en sus famosas intervenciones en el foro de Yenan, descalificó el arte por el arte, al que llamó “reaccionario” y señaló que el arte, como toda la cultura, debería estar al servicio de la política; y de allí se pasó a que ésta se pusiera al servicio de una clase, y ésta al servicio de un partido, y éste al servicio de un líder, el gran timonel. Dichas en su contexto, las palabras del dirigente revolucionario resultaron muy eficaces para los objetivos que planteó el movimiento que encabezaba: derrotar a los invasores japoneses y a los colaboracionistas chinos con el gobierno norteamericano; pero ahora, aplicadas en la política que el mismo Partido Comunista Chino ha instaurado de manera implacable, al grado de limitar el acceso de los cibernautas a todo el ciberespacio que posibilita la Internet, resulta “reaccionario”, por decir lo menos. Así, el planteamiento ideológico que en un momento dado de la historia del pueblo chino fue liberador y revolucionario, no lo es cuando éste alcanza el poder; se torna en lo contrario, y la libertad sólo es, de nueva cuenta, únicamente para una clase, ya no la burguesía prerrevolucionaria, sino la tecno-burocracia proletaria aburguesada occidentalizada que surgió con la revolución triunfante.
Así, la literatura juega su papel, quiéralo o no el escritor, ello depende del contenido, de su difusión y de su trascendencia. El quid no es cómo limitar al escritor, sino cómo quitarle el corsé a la literatura, para dejar que vuele y se encuentre con el tiempo, con la historia, con el espacio infinito sin barreras. A continuación insertamos un artículo del escritor chino contenido en uno de sus libros más recientes, en el que podemos apreciar las dimensiones de libertad que puede alcanzar la literatura, que es donde reside su dignidad y trascendencia. A juicio de un experto, adentrarse en la cultura china equivale a sumergirse en los laberintos interiores de uno mismo, lo cual puede, con la lectura de su obra, ser una experiencia fascinante, esclarecedora, que bien vale la pena vivir tras de las Olimpiadas en Beijing 2008.
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