Mural “Liberación” que realizó el maestro pintor, grabador, muralista y escultor, Fernando Ramírez Osorio

Soberbia y Política

Luis Ortega Morales

Según Fernando Savater la soberbia es el peor de los siete pecados capitales, la raíz misma del pecado, pero es el que más utilidad tiene para describir los actos de los políticos. El político es soberbio, sobre todo porque es alimentado por esa concepción empresarial del triunfo personal, del éxito individual, de la competencia, de la excelencia y de la claridad de la misión-visión. La mercadotecnia empresarial (es decir la técnica de mercado) ha sido llevada a la política por el científico social norteamericano Joseph A. Schumpeter, al reducir la política a un asunto de oferta y demanda de necesidades sociales de los electores y de la capacidad de resolverlos. La mercancía finalmente es el voto. Alcanzar el éxito como empresario o político es principalmente un asunto de capacidades estrictamente individuales en donde en nada cuenta la historia, la sociedad, los equipos de trabajo o el esfuerzo colectivo.

Por ello la soberbia, es decir la “indebida sobre estima de sí mismo”, que exige la atención y el honor al exitoso, siempre se reduce a que se ha “triunfado” como resultado estricto del esfuerzo individual. “Ganamos porque su candidato –o sea yo– fue el mejor, hizo el mayor esfuerzo, las mejores acciones, el mejor debate y las mejores ideas”, “Ustedes son y están donde están, porque me tuvieron de candidato y los llevé ahí”.

El soberbio en política parte de la concepción de que la política es un arte y que depende de las virtudes personales, de un “don natural” para hacer política, para convencer a las masas, para “relacionarse”. Para ser político no hay que estudiar, sólo desarrollar las virtudes.
Estos políticos son efímeros, poco convincentes y de corto alcance. No hacen política; sino un trabajo personal para alcanzar a veces logros efímeros como “comerse un helado”. Otros piensan en el poder y en “las mieles del poder” que les dan riqueza, poder (de someter a los demás), sexo, placeres, etc.

La soberbia y la envidia van de la mano. Siempre se quiere alcanzar lo que otros tienen, “porque siendo superior a él, no puede tener más que yo”. Savater explica que “no se trata del orgullo de lo que tú eres, sino del menosprecio de lo que es el otro, el no reconocer a los semejantes… La soberbia en estos casos es la excelencia arrojada a la cara del otro, se trata de maltratar al otro. Se obligan a olvidar la razón del otro”. El deseo de ponerse por encima de los demás, lo malo es aquel que no admite que nadie en ningún campo se le ponga por encima”.

La principal característica que tiene el soberbio es el temor al ridículo. La soberbia es el valor antidemocrático por excelencia ya que imposibilita la armonía y la convivencia dentro de los ideales humanos. La soberbia es la antonomasia de la desconsideración. Es decir: “Primero yo, luego yo y luego también yo” (Fernando Savater, Los Siete pecados capitales. Ed. Anagrama) (http://www.clarin.com/suplementos/cultura/2005/07/23/u-1019192.htm)

En política la soberbia funciona como acto individual, por eso, los opositores de la unidad son los soberbios, porque piensan que solos pueden alcanzar el triunfo y que no necesitan de nadie, aunque aporten un poco de votos. Prefieren ser “cabeza de ratón”. “Solos pero chingones”. Se auto valoran y no dejan de sorprender a otros soberbios que suponen que quien pide la unidad lo hace por servilismo u oportunismo. No falta quien sin tener ninguna fuerza política, “vende caro su amor” y exige el segundo puesto o el único que es posible ganar y hasta lo cuantifican en 200 mil pesos. La fórmula mágica es “únete pero yo voy a la cabeza, te ofrezco el segundo lugar”.
La soberbia es la ausencia de objetivos políticos, es decir colectivos; es la sobre estima y la concepción de que la política es un medio para resolver problemas individuales, de obtención de ganancias monetarias, de empleo o poder, para venderlo mejor posteriormente. El soberbio no tiene proyecto político, no hace política, hace negocios y sólo tiene un proyecto: él mismo. Normalmente los soberbios actúan como caudillos, caciques, visionarios y dispuestos a llevar al triunfo; como “el mesías” dice que llevará a los pecadores al reino de Dios. Se refieren a los demás como “su gente”.

En política, el soberbio todo lo hace bien, nunca se equivoca y los malos resultados siempre son culpa de los demás. Siempre tiene como explicación la existencia de enemigos externos. Nunca reconoce sus errores. Los viejos están “quemados” y fuera de lugar, los jóvenes son inexpertos, los especialistas son tecnócratas, los visionarios son utopistas, los intelectuales son románticos.
Para los soberbios la autocrítica no existe, es una práctica aburrida y autoflagelante. Dice: “Yo siempre le juego a ganar y nunca he perdido”, a sabiendas que la sabiduría se obtiene de la humildad, del reconocimiento de los errores y de las derrotas. “Sin correcciones no hay aprendizajes y para que exista una disposición a percibir los propios errores, debe existir al menos una breve posición humilde en algún momento. Al menos ese o esos mini-actos de humildad, cumplen con la función de posibilitar el aprendizaje. Por lo tanto, en condiciones razonablemente normales, si no hubiese actos de humildad, no existiría la posibilidad de la corrección y del aprendizaje” (Jorge A. Ballario. Creación: ¿soberbia o humildad? http://www.psikeba.com.ar/articulos/JB_creacion.htm)

Ante un enemigo fuerte que se quiere derrotar, la única posibilidad es la unidad.
Savater menciona “nada me abruma más que la falsa humildad. Cuando alguien dice “yo no quiero nada para mí, todo lo que pido lo quiero para otros”. Mala señal. A mí la gente que no quiere nada me produce desconfianza” y ciertamente, sólo está escondiendo sus deseos de aprovecharse de los demás. En el fondo su aspiración es ridiculizar a su oponente, al contemplar que la ausencia de aspiraciones a un puesto está determinada por la identificación a un gran proyecto que nadie tiene y solo él es capaz de llevarlo adelante, aspecto que los demás deben reconocer. Si no logra el reconocimiento al que aspira, tendrá que encabezarlo solo.

En política, al soberbio es difícil ponerlo en ridículo, sobre todo porque su mesianismo lo antepone a sus derrotas. No importa que obtenga el último lugar en la votación, él sabe que podrá volver a competir en otro momento y para ello espera hasta décadas. Sin embargo esto sólo es posible para aquellos que en un momento se encumbraron y que con toda su experiencia y conocimiento son capaces de reflexionar y asumir las derrotas como enseñanzas, para retornar con innovadores bríos. Pero en los casos de aquellos que nunca han tenido oportunidades de aportar alguna transformación social y por soberbia se han “lanzado a la política” y les fue medianamente bien, suponen que haber hecho el ridículo es sólo un momento de “mala suerte”. Lo importante en este caso consiste en saber distinguir entre unos y otros, es decir entre quienes realmente portan un conjunto de ideas y propuestas y por soberbia han sido derrotados y entre quienes sólo actúan por soberbia sin contar con aquellos instrumentos. Además existen otros que sólo buscan participar en política para obtener –a partir de ahí– un pequeño puesto, empleo o favor y siempre participan con este objetivo. Se colocan como dirigentes con soberbia, pero sólo para escoger quién será su próximo amo. Y nuevamente regresando a Savater: “siempre hay individuos dispuestos a una actitud servil, con quienes los soberbios encuentran un campo ideal para hacer todo tipo de putadas y desvalorizar” al otro. Así, encontraremos competidores malos y otros muy malos que estarán ahí siempre, dividiendo, buscando oportunidades y pequeñas posiciones con las cuales poder obtener las migajas que les suelten y continuar sobreviviendo. Es la peor de las posiciones del servilismo.

Lograr la unidad de las personas para el objetivo común, parte primeramente de tener ese objetivo político, es decir colectivo, discutido y desarrollado en aproximaciones que acercan a todos. En segundo lugar, requiere humildad personal, es decir, reconocer las posibilidades de los otros, las capacidades de quienes teniéndolas pueden aportar mucho más que si lo hacen individualmente, intercambiando experiencias. Además se encuentra la riqueza del trabajo colectivo, la potencialidad de la suma y sobre todo la división del trabajo. Reconocer que cada quien debe aportar lo mejor de lo que sabe y reconocer lo que no sabe, y es virtud del otro que ahí está presente. La unidad requiere sacrificio de ceder el lugar a quien en un momento dado puede jugar el mejor papel de acuerdo a las condiciones existentes, previamente analizadas y que puede llevar con más eficacia al colectivo al triunfo. La unidad finalmente es autocrítica es el sometimiento a la colectividad, es capacidad de controlar colectivamente la soberbia individual y someter a discusión todas las posiciones. Sin embargo esto significa aprender la práctica de la tolerancia al otro, distinto y a veces opuesto, que se ha negado históricamente y que lo traemos en nuestra formación cultural de un país capitalista. El individuo no tolera, compite hasta hacerse fuerte derrotando a los demás, sometiendo al más débil, a la mujer, a los hermanos y hermanas menores, al analfabeta, al desempleado, al pobre, al empleado, a los niños, a los ancianos, en fin a los débiles, a los desamparados, a los desgraciados, a los condenados, a los perdedores, a los explotados, a los discapacitados. En la medida en que tengamos capacidad de tolerar, tendremos capacidad de discutir colectivamente todo el tiempo que sea necesario hasta obtener el objetivo que deseamos.

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