Banchi Federico Nileoti
Indocti discant, et ament meminisse periti
Cada día es un nuevo comienzo, una nueva oportunidad, dicen los optimistas. Otros prefieren pensar que cada día nos acercamos más al fin, que hemos perdido otra oportunidad. Pero tampoco me satisface su conclusión pues me parece que guarda rencor y ve de cerca al suicidio. Yo soy pesimista y no conozco el entusiasmo. Si no me dan ganas de vivir, ¿por qué me darían ganas de morir?
Permítaseme hacer una digresión: cuando era más chico jamás pasaron por mi mente esas ideas que ahora invaden tanto las conversaciones juveniles; esas fruslerías de la depresión, el amor y la soledad no eran tema de conversación. Uno simplemente vivía su depresión, sus amores y su soledad en silencio, sin chistar, superándolas en silencio mientras la mente se ocupaba en atender con eficiencia los mandatos superiores, obedeciendo, ante todo. Con este sencillo método de enseñanza se evitaban las tragedias suicidas que hoy están a la orden del día.
Claro que no todo es tan simple. Lograr ese estado de impasibilidad costaba por lo menos cuatro buenos golpazos al mejor estilo cristianismo-fascismo-socialismo. Y no es para menos. El ímpetu con el que nacen los niños, si no es tratado a tiempo, puede durar toda la vida y es mejor coartarlo antes de que sea demasiado tarde. Para eso es necesaria la planeación familiar. Es muy importante que los padres decidan el futuro de sus hijos desde antes de que nazcan, con el objeto de que puedan determinárselo durante la infancia y de este modo se cumpla cabalmente la premisa del prestigiado psicólogo Santiago Ramírez que versa así: infancia es destino.
Por ejemplo: vemos que un niño tiene la inquietud hacia el deporte pero sus padres han determinado que será ingeniero. Sencillo: se le prohíbe salir a jugar y se le crean enfermedades inexistentes. El niño crecerá con miedo de perjudicar su salud y será tan poco sociable que se concentrará mejor en sus estudios de matemáticas. Otro ejemplo: si el niño muestra alguna aptitud para las artes, pero sus padres han determinado que sea abogado, se le prohíbe la dispersión y se le hace ver que no tiene futuro en las artes, pues sólo mentes brillantes pueden crear y, por supuesto, vivir de sus creaciones. De esta manera, el niño crecerá feliz entre códigos y simulación.
Tomen este escrito no sólo como una denuncia sobre los males que sufre nuestra ciudad, males como: la educación actual, la vida familiar y esa nueva ola de “respeto a la diversidad”; sino tómenlo como un prontuario para el mejor desarrollo de la comunidad. Recuerden que si no hay lágrimas no hay dolor.
Dixi
Permítaseme hacer una digresión: cuando era más chico jamás pasaron por mi mente esas ideas que ahora invaden tanto las conversaciones juveniles; esas fruslerías de la depresión, el amor y la soledad no eran tema de conversación. Uno simplemente vivía su depresión, sus amores y su soledad en silencio, sin chistar, superándolas en silencio mientras la mente se ocupaba en atender con eficiencia los mandatos superiores, obedeciendo, ante todo. Con este sencillo método de enseñanza se evitaban las tragedias suicidas que hoy están a la orden del día.
Claro que no todo es tan simple. Lograr ese estado de impasibilidad costaba por lo menos cuatro buenos golpazos al mejor estilo cristianismo-fascismo-socialismo. Y no es para menos. El ímpetu con el que nacen los niños, si no es tratado a tiempo, puede durar toda la vida y es mejor coartarlo antes de que sea demasiado tarde. Para eso es necesaria la planeación familiar. Es muy importante que los padres decidan el futuro de sus hijos desde antes de que nazcan, con el objeto de que puedan determinárselo durante la infancia y de este modo se cumpla cabalmente la premisa del prestigiado psicólogo Santiago Ramírez que versa así: infancia es destino.
Por ejemplo: vemos que un niño tiene la inquietud hacia el deporte pero sus padres han determinado que será ingeniero. Sencillo: se le prohíbe salir a jugar y se le crean enfermedades inexistentes. El niño crecerá con miedo de perjudicar su salud y será tan poco sociable que se concentrará mejor en sus estudios de matemáticas. Otro ejemplo: si el niño muestra alguna aptitud para las artes, pero sus padres han determinado que sea abogado, se le prohíbe la dispersión y se le hace ver que no tiene futuro en las artes, pues sólo mentes brillantes pueden crear y, por supuesto, vivir de sus creaciones. De esta manera, el niño crecerá feliz entre códigos y simulación.
Tomen este escrito no sólo como una denuncia sobre los males que sufre nuestra ciudad, males como: la educación actual, la vida familiar y esa nueva ola de “respeto a la diversidad”; sino tómenlo como un prontuario para el mejor desarrollo de la comunidad. Recuerden que si no hay lágrimas no hay dolor.
Dixi
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