Mural “Liberación” que realizó el maestro pintor, grabador, muralista y escultor, Fernando Ramírez Osorio

Ismaela Nacar

Luis Riestra

Cuando Ismaela Nacar abrió los ojos esa mañana de primavera, una voluptuosa sensación la inundó por completo. La inaudita certeza de que había sido penetrada y complacida por todos los poros de su cuerpo se convirtió en su alegría matutina.

Ella, una pequeña gata en celo, llenaba de culpas por no haber sido comprendida jamás ni por su esposo ni por los ocasionales amantes que utilizaron su cuerpo como un recipiente de desfogue, en donde el semen se convertía en una viscosa maldición que envenenaba su alma y corrompía su organismo paulatinamente, hasta verse al espejo de su conciencia como un monstruo insensible, incapaz de dar o recibir amor.
Recordó la tristeza de su femineidad repleta de orgasmos que no se dieron, de sensualidad que no se prodigó. La flor de su pubis, la inviolada caja de Pandora de su clítoris, sus pechos llenos de una miel jamás probada, su boca y su lengua jamás saciadas por nada ni por nadie.

Su vientre hasta esa noche, era la imagen más completa de la esterilidad. Ningún tumulto erótico, ninguna pasión exacerbada como su ansia, su salvaje lascivia, su brama lujuriosa, dadoras de deliquios.

Buscadora de ensueños encontró sólo yermos, indagó hombres y después mujeres, se dejó engañar por la luz de las miradas, por la retórica de los discursos, por la elegancia o frescura de los ademanes y la misteriosa vestimenta de gente de todas las latitudes.

Probó las drogas y las pócimas milenarias que recetaban los antiguos libros de recetas amatorias y a las oscuras y antiquísimas cábalas de los iniciados en el hedonismo, su mente enloquecida recurrió a la tortura y a la aberrante fealdad de homínidos deformes para encontrar la plenitud extraviada… Pero todo fue en vano… hasta esa noche.

En la nocturna soledad del sueño, en el piélago en donde moran los hados y la realidad explota convertida en el prisma de los deseos redimidos, de las sensaciones colmadas. Donde la luz se magnifica de mágicas iridiscencias y se unen los colores para cantar el alba del misterio, el Dios Eros escuchó su plegaría, le suavizó la carne para hacerla camino y se fundió con ella inundando su cuerpo de la plenitud olvidada de los primeros paraísos.

Ismaela Nacar es oficinista en una de las Secretarías de estado de la capital del país, para sobrevivir realizó su rutina de las 8 de la mañana a 4 de la tarde. Todos los empleados, incluyendo a los directores y al secretario, sienten una rara inquietud en su presencia que en algunos llega a la adoración por su persona. Sus mínimos deseos son ejecutados como órdenes por sus adoradores. Por una sonrisa, tocar una de sus manos o sentir sus labios, posados en sus mejillas, cualquiera de ellos se dejaría matar sin oponer resistencia.

Su calidad de semi-diosa la trasmite tan naturalmente que sacraliza los recintos que frecuenta.

Pero ella vive en el sueño, muy lejos de nosotros, su verdadera vida empieza cada noche, cuando cierra los párpados y el Dios Eros la recibe en su mundo.

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