Mural “Liberación” que realizó el maestro pintor, grabador, muralista y escultor, Fernando Ramírez Osorio

El Examen de admisión

Jesús Melo Fletcher

En esa comunidad rural, los usos y costumbres permanecían en la conciencia de la gente, aún cuando por la necesidad de incidir en un “mundo más civilizado”, ya se habían inclinado a la “Constitución”. Sus deberes políticos seguían las reglas, pero algo más profundo los mantenía en el pasado. En fin, era un pueblo mexicano bien establecido con valores y creencias que de alguna manera los mantenía unidos.

Cuando Margarita, la hija mayor de Bulmaro, se perfiló gracias a sus buenas calificaciones y a su notable inteligencia, a ser la ciudadana que debería darle una licenciatura al pueblo, más que a ella misma, el aburrimiento giró en entusiasmo y casi en todo el pueblo, era el principal tema de conversación - ¿Te acuerdas de la hija de Bulmaro? –pos ya terminó la prepa y se quiere ir a Puebla a estudiar, no sé que madres-. Comentaban los hombres en sus reuniones, mientras las señoras lavaban la ropa –ta bueno, ya es hora que una mujer de las nuestras se supere y que no acabe como nosotras-, -que no es mala nuestra vida, pero sería mejor si juéramos leídas y estudiadas-. Consensuaban ellas junto al río.-vete manita-, le decían sus compañeras –siempre juistes la mejor en la escuela-, -y eras guena para los números-, -y reguena para la historia-. Margarita se llevó las manos a la cabeza y les dijo: -¡ay!-, -no digas guena, di buena - ¿o que no te sirvió la prepa?- Bueno, a fin de cuentas es un socio-lingüismo. -Jijo-, dijo Fulgencia, -ya hasta hablas como el maestro Étor-, -ya les dije que es Héctor-, -y a propósito como me ayudó ese gran tipo-. –Si hasta te gustaba-, expresó Lolita, -bien te vi como le mirabas en el salón-, -¡no fastidies!-, respondió fuerte Margarita, -ustedes no entienden-, -lo que es el respeto y la admiración a sus maestros-, -ese hombre nació pobre y estudió para docente-, -y vino a nuestra comunidad para educarnos-, -¡ese hombre tenía un compromiso!, -¡nosotras!- Inquirió Margarita –como no se me iba a caer como aguamiel, la baba de la boca- En fin, -les juro que quiero estudiar y sueño con ser una buena profesionista, con una ética tal, para darle a mi pueblo más información, de la que ya tienen-, -como el maestro Étor-, -¡perdón!-, -Héctor-. Todas rieron.

Margarita se preparaba para ir al examen de admisión, considerando el derecho y la laicidad en la educación. Toda la comunidad la apoyaba. Gloria la costurera le hizo un vestido sencillo y bonito, Eduviges, otra vecina, le tejió un suéter, el maestro Héctor repasaba con ella la guía para el examen, el cura del pueblo le hizo una misa y un titipuchal de regalitos recibía todo el tiempo.

Al fin, tomó el autobús muy tempranito, su padre Bulmaro la acompañaba en silencio y al llegar al polideportivo, le pareció que entraba a una ciudad perdida. El examen se daba en cuatro sesiones de veinticinco minutos, con descansos de cinco, para que el alumno se relajara. Ya estando en el ring, luchó y no se puso nerviosa, saliendo de éste con una actitud optimista.

Los resultados de la evaluación saldrían publicados el sábado dos de agosto, por lo que se quedaron en la ciudad. La angustia fue tremenda, buscaron el nombre de la escuela, -¡Aquí está pá!-, una enorme lista vertical aparecía por abecedario, impresa en los ojos de ambos. En la lista de aceptados el apellido Xicali, no aparecía, por lo que buscaron en la de no aceptados y ahí estaba como una nube negra, que inauguraba su nombre en el periódico, por primera vez.

Regresaban al pueblo y el camión parecía que volaba por la carretera, mientras Margarita sentía un dolor en la garganta. ¡Qué le iba a decir a la gente!, a la que le dio un vestido, a la del suéter, al sacerdote que le hizo la misa, a la que le preparó el “itacate” y al docente que depositó en ella todas sus esperanzas, para afirmarse así mismo como maestro. Y sobre todo, qué se iba a decir así misma cuando se viera en las aguas del río, ¡qué era una tonta!, inquirió. Margarita ignoraba, que como tontos y tontas se sentían, veinte mil rechazados, ya que de treinta y siete mil presentados, sólo aceptaron a diecisiete mil.

Al llegar al pueblo, donde mucha gente la estaba esperando en la parada del autobús, Margarita por primera vez lloró y bajó corriendo hacia los brazos de su madre Lola. Todos guardaron silencio, la música se cayó, las flores bajaron las manos y las sonrisas se evaporaron. –¿Dinos hija qué pasó?-, preguntó el maestro, a lo que Margarita se volteó valientemente, mirando a todos de frente y con energía gritó -¡no!-, -¡no!-, -¡la universidad de Puebla, ya no es para los pobres!-

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