Alejandro Julián Andrade Campos
El arte no sólo se caracteriza por ser una pieza de cierta estética reservada al culto o como objeto mobiliario, sino también como una forma de expresión en la que se puede observar el ideario de la sociedad dentro de la cual se desarrolla el autor de la obra.
Dentro del movimiento de independencia se dio un cambió no sólo político dentro de la sociedad, sino intelectual y artístico, que se había ya anticipado con la reformas borbónicas y que a principios del siglo XIX estaba retomando un gran auge en la Nueva España. El pensamiento ilustrado había traído una revolución de las ideas que afectaba de una manera tácita la forma de ver del individuo a su sociedad; dentro de estos cambios, el arte sufre la irrupción del estilo neoclásico impulsado por órdenes monárquicas, y que en México se contrapondría con el estilo churrigueresco que recién estaba floreciendo a principios del Siglo XVIII.
El nuevo estilo apostaba por una pureza de las formas, por ser sencillo y dejar lo recargado que se había heredado del barroco, aludiendo a que éste último era de mal gusto, siendo pretexto para destruir muchos retablos antiguos, remplazándolos por nuevos de estilo neoclásico.
En un principio, el neoclasicismo fue tema de escándalo debido a que dentro de sus representaciones se utilizaban los desnudos y las figuras de la mitología griega. Este movimiento surge como un renacer de las artes antiguas de Grecia y Roma, calificándose de “herejía” a quien ostentaba las figuras de los dioses del olimpo combinados con los santos cristianos.
Esta situación refleja el nuevo desapego que se crea hacia la Iglesia por parte de una sociedad novohispana que estaba más preocupada por las cuestiones políticas de España y la intromisión de Francia, que por la salvación del alma; desde este momento la sociedad y el arte, como manifestación directa de sus concepciones, empezarían a tomar un nuevo rumbo, poniendo como protagonista al hombre y dejando un poco de lado la cuestión teológica.
La Academia de Bellas Artes es el órgano que difundiría el nuevo estilo en la Nueva España, tanto en el aspecto arquitectónico como escultórico; el origen de esta institución data de 1778, cuando el grabador Jerónimo Antonio Gil abrió una escuela para enseñar las técnicas de grabado junto a la Real Casa de Moneda en la ciudad de México. Cuando el superintendente de la Real Casa de Moneda, Fernando José Mangino, observó los adelantos de los alumnos de la escuela de grabado, concibió la idea de ampliar la escuela hacia la escultura, pintura y arquitectura, presentando en 1781 la propuesta formal ante el virrey Martín de Mayorga, la cual se aprobó nombrándose una junta de personas que organizarían la naciente escuela.
Las clases en la academia empezaron formalmente el 4 de noviembre de 1781; para su patrocinio se estableció que diferentes ciudades cooperaran de manera anual para su mantenimiento; siendo insuficiente la manutención de la institución, se pidió el patrocinio del rey, quien dio orden, en 1783, de que la Real Hacienda aportara otro donativo anual, titulándose de ahora en adelante Real Academia de San Carlos y situándose en el colegio de San Pedro y San Pablo hasta que tuviera un lugar propio.
Dentro de sus estatutos se establecía la manera de examinar a los alumnos: a los pintores se les pedía un cuadro historiado, a los escultores una estatua o un bajorrelieve y a los arquitectos el plano y elevación de un edificio. Los estudiantes eran aprobados de modo secreto y por mayoría; ya graduados, podían trabajar o no dentro de un gremio, sin embargo, si se introducían en uno perdían todos sus títulos.
La academia se situó en el Hospital del amor de Dios, ya que nunca ocupó el edificio del colegio de San Pedro y San Pablo de los extintos jesuitas, estableciéndose ahí de manera definitiva. Su primer director fue el grabador Jerónimo Antonio Gil, quien ostentó este cargo de manera vitalicia; a su muerte otros artistas europeos de bajo renombre ocuparon el cargo, siendo Manuel Tolsá y Rafael Ximeno y Planes los que le dieron prestigio a la academia.
Durante la época independentista se mantuvo la academia de una manera frágil; sin embargo, no por esto dejó de producir excelentes pintores dentro de su estilo, no siendo el movimiento armado impedimento para el florecimiento del neoclasicismo; sólo las cuestiones económicas mermaron la actividad de la institución, viéndose esto reflejado en 1821, cuando por causas de presupuesto cerró sus puertas, reabriéndolas en 1824. Sin embargo, nunca volvió a alcanzar el auge y el prestigio del que gozó en la época colonial.
Para 1822 la institución abandonada fue visitada por Poinsett, quien relata el deterioro en que se encontraba tanto la casa que ocupaba la academia como las obras que la decoraban, resaltando que la institución había caído en desuso por el nulo apoyo económico que el gobierno le dio en este periodo, debido a los gastos de reconstrucción del país.
En 1840 Madame Calderón de la Barca describe una perspectiva parecida, refiriendo que el arte mexicano se encontraba en decadencia, comparando los escritos que sobre la academia había escrito Humboldt con lo que ella presenciaba, mencionando que en un país que había sufrido de inestabilidad política y guerras no podían florecer las artes de una manera próspera.
A pesar de que esta institución tuvo progresos y logros enormes, el sentido estético del arte neoclásico nunca penetró en su totalidad, desarrollándose sólo como una mezcla de las vanguardias decimonónicas con el espíritu del arte dieciochesco tan arraigado en México, que se había construido de una forma semi autónoma durante tres siglos.
Dentro del movimiento de independencia se dio un cambió no sólo político dentro de la sociedad, sino intelectual y artístico, que se había ya anticipado con la reformas borbónicas y que a principios del siglo XIX estaba retomando un gran auge en la Nueva España. El pensamiento ilustrado había traído una revolución de las ideas que afectaba de una manera tácita la forma de ver del individuo a su sociedad; dentro de estos cambios, el arte sufre la irrupción del estilo neoclásico impulsado por órdenes monárquicas, y que en México se contrapondría con el estilo churrigueresco que recién estaba floreciendo a principios del Siglo XVIII.
El nuevo estilo apostaba por una pureza de las formas, por ser sencillo y dejar lo recargado que se había heredado del barroco, aludiendo a que éste último era de mal gusto, siendo pretexto para destruir muchos retablos antiguos, remplazándolos por nuevos de estilo neoclásico.
En un principio, el neoclasicismo fue tema de escándalo debido a que dentro de sus representaciones se utilizaban los desnudos y las figuras de la mitología griega. Este movimiento surge como un renacer de las artes antiguas de Grecia y Roma, calificándose de “herejía” a quien ostentaba las figuras de los dioses del olimpo combinados con los santos cristianos.
Esta situación refleja el nuevo desapego que se crea hacia la Iglesia por parte de una sociedad novohispana que estaba más preocupada por las cuestiones políticas de España y la intromisión de Francia, que por la salvación del alma; desde este momento la sociedad y el arte, como manifestación directa de sus concepciones, empezarían a tomar un nuevo rumbo, poniendo como protagonista al hombre y dejando un poco de lado la cuestión teológica.
La Academia de Bellas Artes es el órgano que difundiría el nuevo estilo en la Nueva España, tanto en el aspecto arquitectónico como escultórico; el origen de esta institución data de 1778, cuando el grabador Jerónimo Antonio Gil abrió una escuela para enseñar las técnicas de grabado junto a la Real Casa de Moneda en la ciudad de México. Cuando el superintendente de la Real Casa de Moneda, Fernando José Mangino, observó los adelantos de los alumnos de la escuela de grabado, concibió la idea de ampliar la escuela hacia la escultura, pintura y arquitectura, presentando en 1781 la propuesta formal ante el virrey Martín de Mayorga, la cual se aprobó nombrándose una junta de personas que organizarían la naciente escuela.
Las clases en la academia empezaron formalmente el 4 de noviembre de 1781; para su patrocinio se estableció que diferentes ciudades cooperaran de manera anual para su mantenimiento; siendo insuficiente la manutención de la institución, se pidió el patrocinio del rey, quien dio orden, en 1783, de que la Real Hacienda aportara otro donativo anual, titulándose de ahora en adelante Real Academia de San Carlos y situándose en el colegio de San Pedro y San Pablo hasta que tuviera un lugar propio.
Dentro de sus estatutos se establecía la manera de examinar a los alumnos: a los pintores se les pedía un cuadro historiado, a los escultores una estatua o un bajorrelieve y a los arquitectos el plano y elevación de un edificio. Los estudiantes eran aprobados de modo secreto y por mayoría; ya graduados, podían trabajar o no dentro de un gremio, sin embargo, si se introducían en uno perdían todos sus títulos.
La academia se situó en el Hospital del amor de Dios, ya que nunca ocupó el edificio del colegio de San Pedro y San Pablo de los extintos jesuitas, estableciéndose ahí de manera definitiva. Su primer director fue el grabador Jerónimo Antonio Gil, quien ostentó este cargo de manera vitalicia; a su muerte otros artistas europeos de bajo renombre ocuparon el cargo, siendo Manuel Tolsá y Rafael Ximeno y Planes los que le dieron prestigio a la academia.
Durante la época independentista se mantuvo la academia de una manera frágil; sin embargo, no por esto dejó de producir excelentes pintores dentro de su estilo, no siendo el movimiento armado impedimento para el florecimiento del neoclasicismo; sólo las cuestiones económicas mermaron la actividad de la institución, viéndose esto reflejado en 1821, cuando por causas de presupuesto cerró sus puertas, reabriéndolas en 1824. Sin embargo, nunca volvió a alcanzar el auge y el prestigio del que gozó en la época colonial.
Para 1822 la institución abandonada fue visitada por Poinsett, quien relata el deterioro en que se encontraba tanto la casa que ocupaba la academia como las obras que la decoraban, resaltando que la institución había caído en desuso por el nulo apoyo económico que el gobierno le dio en este periodo, debido a los gastos de reconstrucción del país.
En 1840 Madame Calderón de la Barca describe una perspectiva parecida, refiriendo que el arte mexicano se encontraba en decadencia, comparando los escritos que sobre la academia había escrito Humboldt con lo que ella presenciaba, mencionando que en un país que había sufrido de inestabilidad política y guerras no podían florecer las artes de una manera próspera.
A pesar de que esta institución tuvo progresos y logros enormes, el sentido estético del arte neoclásico nunca penetró en su totalidad, desarrollándose sólo como una mezcla de las vanguardias decimonónicas con el espíritu del arte dieciochesco tan arraigado en México, que se había construido de una forma semi autónoma durante tres siglos.
1 comentarios:
La reseña me parece bastante completa... solo me gustaria saber si tienes en tu investigación los nombres de los artistas que interpretaron la guerra de independencia...
gracias
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