Mural “Liberación” que realizó el maestro pintor, grabador, muralista y escultor, Fernando Ramírez Osorio

Teatro del ‘68

Felipe Galván

Un pueblo sin teatro es un pueblo sin conciencia, escribió en una ocasión y dijo en varias más Rodolfo Usigli y la frase se convirtió en un aserto, en un axioma. ¿Cómo conocer mejor a la sociedad griega que a través de las propuestas escritas de Sófocles, Esquilo, Eurípides y Aristófanes? Esto lo podemos repetir para diferentes culturas clásicas, e incluidas nuestras etapas colonial y de México independiente. Esto sucede también con nuestras grandes gestas, como la Revolución de 1910, por ejemplo.

El 68, tal cual bien se afirma, es un señalado, una guía, un momento clave en nuestra historia reciente. Sin el movimiento estudiantil de ese año no se hubiese empezado a fracturar el sagrado principio de autoridad que caracterizó a los gobiernos sexenales mexicanos de entonces y hasta fines del siglo XX. El 68 cimbró el verticalismo que identificaba al primer mandatario como gran cacique, que rayaba en la paráfrasis enunciada como la voz del presidente es la voz de Dios.
Es cierto que aún quedó mucho por avanzar, sobre todo a niveles regionales, pero las voces sociales son, sin lugar a dudas, cada vez más determinantes.

¿Cómo logró aquello el movimiento? Sobre todo antes de ser masacrado inmisericorde en la histórica tarde triste del dos de octubre. La fórmula fue la generación de conciencia. La prensa, como mucha de la actual, se encontraba casi unánimemente al servicio de la oficialidad, que propagaba lo que trató de imponer como verdad: la conjura comunista y el intento de desprestigiar al presidente, a la nación e impedir la realización de las olimpiadas. La neutralización de lo anterior, propagado en TV, radio y prensa escrita, se realizó con brigadas informativas, volantes constantemente distribuidos, mítines relámpago e información clarificadora y desinformativa de las propagandas supuestamente informantes de los medios masivos de comunicación; en estas formas la imaginación sentó sus propuestas. El canto, la poesía escrita y el teatro entraron en acción y acompañaron, enriqueciendo, a todas las tareas enumeradas y constantes en agosto y septiembre principalmente, aunque no en exclusividad periódica.

El Teatro del 68 nace en el 68 mismo. Estudiantes universitarios de la Facultad de Filosofía y Letras o de Ciencias Políticas, junto a estudiantes politécnicos de la Nacional de Ciencias Biológicas, dejaron testimonios de importante validez en temporadas teatrales, mítines internos e incluso en acciones populares relámpago. Lo interesante es que aquella práctica libertaria creativa no terminó ahí y ha llegado, por lo menos, hasta nuestros días; cuarenta años después de aquellas jornadas de gesta que sentaron las bases de transformación para este país.

Enrique Ballesté en 1969, con su texto Vida y obra de Dalomismo, fue el iniciador de lo que continuarían Jesús González Dávila y Pilar Campesino con La Fábrica de los juguetes y Octubre terminó hace mucho tiempo, respectivamente. Estas tres propuestas teatrales de gran formato han pasado a ser los referentes clásicos de una propositividad literaria para la escena nacional, que ha conformado un corpus creciente en lo cuantitativo y enriquecedor en lo cualitativo. Así nos lo han dejado ver año con año las nuevas propuestas que desde entonces han venido apareciendo en los escenarios mexicanos. Mencionaremos sólo algunas, las que el espacio permita.
Emilio Carballido, sin duda alguna el clásico dramaturgo mexicano del siglo XX, abordó cuatro ocasiones la temática sesentaiochera, el texto más representativo hasta ahora es Conmemorantes, de la que hemos visto versiones desde concretadas por pequeños grupos comunitarios hasta de gran formato en lugares como la Plaza de las tres culturas. Sobre esta misma Plaza Juan Miguel de Mora realizó un texto enorme, por tamaño y trascendencia, que nombra precisamente así: Plaza de las tres culturas. Ismael Colmenares, quien en 68 fundara en la Facultad de Ciencias Políticas de UNAM el paradigmático grupo de Los Nakos, escribiría uno de los textos con mayor número de representaciones: Sólo sí, sólo mí; mejor hasta mañana.

Por la temática han desfilado directores de escena convertidos a la dramaturgia y cineastas que se adaptan a las formas escénicas. Adam Guevara en 1988, después de una importante vida como responsable escénico en el panorama nacional, accede a la petición de un grupo de actores suyos, quienes le piden dirigir una obra sobre el 68; después de innumerables lecturas y concluyendo que lo que él quisiera decir no se encuentra en ningún material revisado, decide desarrollar uno propio a partir del trabajo con los mismos actores que se lo solicitaron; nace así Me enseñaste a querer, primer texto de un prolijo autor que desarrolla una importante metodología, la del director-autor, asumiendo en casi toda su producción una constante que lo persigue como una preocupación intrínseca en su propositividad: el Movimiento Estudiantil del 68.

Xavier Robles, uno de los guionistas de mayor productividad en la segunda mitad del siglo XX, fue demandado por los actores principales del film Rojo Amanecer, Héctor Bonilla y María Rojo, para que fraguara la versión escénica con el objeto de experimentar el gran éxito fílmico basado en guión del mencionado, en una realidad de contacto directo e íntimo emotivamente hablando, a través de un montaje teatral. Se escribe así la obra teatral Rojo amanecer (Bengalas en el cielo), original del mismo guionista cinematográfico que recorre el camino en sentido inverso. Tradicionalmente la creación fílmica parte del teatro y no al revés. Xavier Robles hurga en una propositividad interesante por rara, la de llevar a escena un pretexto fílmico. Paralelamente a Robles vendrían Gabriela Ynclán y Jesús Vásquez, con sus Nomás que salgamos e Idos de octubre.

Muchos otros autores han aterrizado en una temática que se ha vuelto constante en nuestra escena. Enrique Mijares, Miguel Ángel Tenorio, Alexandro Celia y Arturo Amaro son sólo algunos ejemplos de un corpus que crece y se multiplica.

En este cuarenta aniversario se preparan reposiciones importantes, como el texto de Adam Guevara, Me enseñaste a querer y Tu voz, de quien esto firma; pero también se anuncian novedades. Flavio González Mello en la UNAM prepara Olimpia 68, un libreto en construcción sobre la visión que desde las delegaciones olímpicas se tuvo sobre la matanza en particular y el movimiento estudiantil en general. Por supuesto que después de conocer sus anteriores 1821, el año en que fuimos Imperio y Lascurain o la brevedad del poder, se espera una visión lúdica, esperanzadora y crítica de aquella particular visión; algo que refresca por ser una perspectiva de alguien, como muchos otros, que no vivió el 68 (cabría decir que tenía siete meses de edad cuando el Ejército Nacional se cubrió de gloria con el bazucaso a la puerta de la Escuela Nacional Preparatoria y nueve apenas cuando los hechos sangrientos de Tlatelolco).

La otra novedad es una obra llamada Héroes convocados (manual para la toma del poder), que hemos escrito conservando la original nomenclatura del documento que le dio punto de partida, la novela del Paco Ignacio Taibo. Un joven sesentaiochero en convalecencia a fines del 69 e inicios del 70, llama a sus héroes (Sandokan, Wyatt Earp, D’Artagnan, Sherlock Holmes y otros) hasta su habitación de hospital para convocarlos a romperle la madre al gobierno genocida que asesinó a su juventud. Bajo esta premisa lúdica desarrollamos una progresión dramática que se encuentra en proceso para ser estrenada el 1 de octubre en el teatro Benito Juárez del Distrito Federal, en donde vivirá una breve temporada de quince funciones. Ya desde ahora estamos viendo la posibilidad de programarla en Puebla con invitación oficial o en forma independiente; eso lo decidirán las autoridades responsables.

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